Los días pasados junto al mar saben bien. Estrellas que flotan en el agua, los ojos cerrados, el sonido ilimitado, y el olor del mar. Olor a sal, sabor a sal. Los días pasados junto al mar huelen bien.
Ver el mar desde la orilla, lejos de todo, volver a ser un pez, el último en regresar a tierra.
Los que vivimos tierra adentro añoramos, a veces, la alucinación del mar. Extrañamos el mar como se extraña aquello que nos ha pertenecido siempre y que nos fue escamoteado alguna vez. Porque a todos nos pertenece el mar y todos pertenecemos a él.
Dulce y feroz, acogedor y peligroso, ese prodigio inmenso de colores inestables ruge cánticos de guerra, pero sabe entonar también las más hermosas baladas.
De mar rebosa este nuevo viaje a Italia. De mar y de acantilados amados por locos y por poetas que vivieron y murieron en la espuma de sus olas.
Pero también de falaces montañas, tan blancas de mármol que se dirían de nieve.
Y de pueblos diminutos que se asustan de nosotros, los viajeros. Pueblos hasta ayer ausentes, adormecidos, aislados y ahora tan bellos y extraños como un canto de sirena. La paz de estos lugares se vio una vez herida por nuestro humano deseo de pasmo ante la belleza. Y ya no hay marcha atrás.
No hay marcha atrás. Iniciamos el viaje...
Ver el mar desde la orilla, lejos de todo, volver a ser un pez, el último en regresar a tierra.
Los que vivimos tierra adentro añoramos, a veces, la alucinación del mar. Extrañamos el mar como se extraña aquello que nos ha pertenecido siempre y que nos fue escamoteado alguna vez. Porque a todos nos pertenece el mar y todos pertenecemos a él.
Dulce y feroz, acogedor y peligroso, ese prodigio inmenso de colores inestables ruge cánticos de guerra, pero sabe entonar también las más hermosas baladas.
De mar rebosa este nuevo viaje a Italia. De mar y de acantilados amados por locos y por poetas que vivieron y murieron en la espuma de sus olas.
Pero también de falaces montañas, tan blancas de mármol que se dirían de nieve.
Y de pueblos diminutos que se asustan de nosotros, los viajeros. Pueblos hasta ayer ausentes, adormecidos, aislados y ahora tan bellos y extraños como un canto de sirena. La paz de estos lugares se vio una vez herida por nuestro humano deseo de pasmo ante la belleza. Y ya no hay marcha atrás.
No hay marcha atrás. Iniciamos el viaje...