Este año la curiosidad, ese ingrediente que todo espíritu inquieto reclama y que condimenta como ningún otro la salsa que alegra una buena vida, nos conduce a una región de Italia, extraña y poco transitada, en la que una civilización simpática y contundente, la etrusca, ha dejado algunos de los perfiles más insólitos en un país afortunado, que de belleza sabe mucho. Pero también la fortuna nos acompaña, pues son pocos los lugares que se dejan pisar sin prisa y que invitan a la observación tranquila y reflexiva a quienes los eligen como destino. Y es que este viaje curioso quiere ofrecer sosiego a la mente y deleite a los sentidos. No es poco: curiosidad como acicate para descubrir, sosiego como meta a conquistar y deleite como fiesta total, eso que permanece tras una buena experiencia. Con estas premisas os proponemos un periplo distinto y hermoso, que nace del entusiasmo hacia lo que, de extraño y singular, ha sabido crear el ingenio humano desde que el mundo es civilización y sabiduría. Civilizados y sabios, estos faunos etruscos precedieron a sus conquistadores romanos en casi todo. De ellos tomaron los romanos tal vez lo mejor de su esencia y una cierta voluptuosa manera de afrontar la vida. Sus hábitos y costumbres, su religión, que sabe mucho de mito, sus misterios, y su arcaica modernidad, aportan buenas dosis de optimismo frente a las asperezas de un mundo que siempre ha sido demasiado hostil. Viajar es un impulso hacia fuera, un espejismo en el desierto, una quiebra en la rutina, un placer anticipado. Viajar es una fiesta. Nuestra fiesta comienza en Francia. JUEVES, 21 DE AGOSTO Este día se ha elegido como inicio del periplo. El autobús nos recoge a las 7 de la mañana en el sitio de costumbre. Tras las paradas de rigor y una pausa para la comida, en ruta, llegaremos a Aigues Mortes. Donde primero no existían sino marismas y pantanos, y a pocos kilómetros de la costa, en la región de Languedoc-Rosellón, una soberbia muralla acota el laberinto de una ciudad medieval que fue asentamiento desde el que el monarca Luis IX preparó la Séptima Cruzada. Aigues Mortes fue el primer puerto del Reino de Francia y pronto se convirtió en ciudad real, exenta del pago de tributos, particularmente del que gravaba el más preciado bien de la época: la sal. En sus alrededores, inmensas salinas en forma de montaña, las llamadas camelles, añaden blancura al paisaje y suponen una fuente de riqueza que ya intuyeron los romanos, los primeros en explotar esta opulencia blanca. El recinto amurallado de Aigues Mortes se tiene como uno de más prestigiosos de Francia y abraza una pequeña ciudad que, al dejarla, reclama una nueva e ineludible cita. VIERNES, 22 DE AGOSTO No son muchas las ciudades que se dejan contemplar desde el mar como un paisaje unitario y vertical, en su ascenso secular por la falda de la montaña. Génova la Superba, la soberbia ciudad que fue y que es, nos depara la sorpresa del primer hito italiano de nuestro viaje: su calle más hermosa, Via Garibaldi, que acoge uno de los mejores catálogos de arquitectura culta que pueden recorrerse todavía en la afortunada Europa. La espléndida red de cuarenta y dos palacios renacentistas y barrocos que constituyen el tesoro de Génova, diseminados por las llamadas Strade Nuove, ha merecido la tutela de la UNESCO, y el escaso medio kilómetro de calle que es Via Garibaldi supone su más bello desenlace. Un recorrido pausado por esta strada nos conducirá al interior de las más prestigiosas moradas nobiliarias a cuyo esplendor arquitectónico se suma la posibilidad de admirar valiosas colecciones de arte italiano, flamenco y español. Lo que demuestra que Andrea Doria no solo fue el almirante al que Bronzino inmortalizó como el dios Neptuno, sino que, con sus revolucionarias medidas urbanísticas, hizo gala de buen gusto y mejor criterio al impulsar tan magnífico proyecto. SÁBADO, 23 DE AGOSTO La excusa de nuestro recorrido, esa aproximación al universo etrusco que quiere ser este viaje, encuentra en Populonia su referencia más panorámica. Inmersa en el Golfo di Baratti, en plena marisma toscana, Populonia ofrece paisaje de mar mediterráneo y antigua cultura etrusca, un buen binomio para una mañana de sábado. Las necrópolis de Populonia, la última de las doce ciudades etruscas, revelan la prosperidad de quienes la habitaban ya en el siglo VI antes de Cristo. El comercio con el hierro la hermanó con la vecina isla de Elba, llamada Aithalia, la humeante, debido al humo que se alzaba de los hornos al tratar el mineral. Fue entonces cuando se desarrolló un barrio industrial y una extensa acrópolis en lo alto de la colina, cuyas murallas protegían las espléndidas residencias aristocráticas. De sus ricas necrópolis, conoceremos tal vez las dos más interesantes: la de San Cerbone con curiosas tumbas formadas por grandes túmulos circulares de piedra, con dromos de acceso y cámara cuadrangular de falsa cúpula y la necrópolis delle Grotte, que dibuja un sistema de tumbas hipogeas de cámara simple, distribuidas en varios niveles sobre una pared de roca arenisca. Dos modalidades de entender el enterramiento, nuestro último descanso, como antesala al más allá. Dejamos el mar toscano, que aquí se llama Tirreno, y la tarde se insinúa medieval. Una pequeña ciudad, Massa Marittima, despista con su nombre y pasma con su silueta. Porque no la roza el mar y porque desde su centro emerge la mole perfecta de su catedral. Su plaza más acabada, la de Garibaldi, desconcierta con su arquitectura eterna, armónica y completa. Se nota que estamos en Toscana, el lugar donde el ser humano es más humano que en ninguna otra parte, porque aquí dejó plasmada en piedra y en paisaje, una vez más y para siempre, la impagable generosidad de su talento. DOMINGO, 24 DE AGOSTO En el mundo de los niños que hemos sido o que aún somos, siempre hay una fantasía y la imaginación vuela, a veces, hacia lugares suspendidos, que parecen flotar en el espacio. Paisajes y ciudades perdidos, pequeños, que se refugian en los sueños. Hoy será domingo, un día adecuado para recorrer parajes olvidados. Por eso hemos elegido tres ciudades, extrañas, al sur de la Toscana, que propician el encuentro con la ilusión. Son las llamadas ciudades del tufo ("toba", en español), ese mineral volcánico, dorado, que abunda en el centro de la Bota: Pitigliano, Sovana y Sorano, tres enclaves muy singulares donde los faunos etruscos vivieron a sus anchas y dejaron bromas tan excepcionales como las llamadas vie cave, esas carreteras imposibles excavadas en la tierra a modo de sendero iniciático o simplemente como pasajes estratégicos útiles para despistar al enemigo. Pero a la evocación etrusca se suman las huellas hebreas y una arquitectura medieval inalterada por el paso del tiempo que obsequia a nuestra mirada con perfiles de otro tiempo, abandonados a su perpetua soledad. Sea como fuere, estas ciudades fascinantes desconciertan por su inverosímil ubicación y por el irreal escenario en el que se alzan. LUNES, 25 DE AGOSTO Como en la vida, en los viajes, sin darnos apenas cuenta, recorremos mapas trazados de antemano, a veces sin detenernos a otear la hermosura del paisaje. El toscano es un paisaje feliz y humanizado que se transforma en horizonte de contornos más agrestes cuando se llega a la Tuscia, esa zona del centro de Italia donde los etruscos dejaron su impronta más notable y que recorreremos durante los tres siguientes días. Este lunes de agosto, nuestro trayecto muestra tres caras diferentes de este territorio vetusto y evocador que es la Tuscia: Viterbo, Civita di Bagnoregio y el Lago de Bolsena. Tres espacios rotundos y exclusivos. Viterbo fue ciudad etrusca, después romana y, más tarde, importante cátedra episcopal. Fue sede papal entre 1257 y 1281 y aquí nació, probablemente, la idea de cónclave. Entre 1268 y 1271 los cardenales se reunieron en el Palacio Papal para elegir al futuro papa Gregorio X. Los habitantes de Viterbo, cansados de la demora de los cardenales en llevar a cabo la elección del nuevo papa, encerraron "cum clave" a los prelados en palacio y levantaron su techumbre dejándolos a merced de la intemperie. De este suceso nace, pues, el término cónclave para indicar las reuniones cardenalicias destinadas a la elección de un nuevo papa. Cónclaves aparte, la ciudad de Viterbo es generosa en palacios, iglesias y rincones que animarán nuestras primeras horas del lunes. Balneum regis, literalmente baño del rey, es un topónimo de origen longobardo que define una propiedad real y que aparece por vez primera en una carta del año 599 que el papa Gregorio Magno envió a Eclesio, obispo de Chiusi. Según la leyenda, las aguas salubres del baño habrían curado las heridas del rey longobardo Desiderio. Probablemente sea este el origen del nombre de esta minúscula "ciudad que muere": Civita di Bagnoregio. Y es que la colina de tufo sobre la que surge Civita está minada en su base por la continua erosión de dos torrentes que discurren en el valle y por la acción del agua y del viento. La ciudad se está evaporando, se está perdiendo lenta e inexorablemente y mañana no será sino un espejismo, como los sueños más hermosos, como todo lo que revela la fragilidad, la impotencia humana. El paisaje irreal de los llamados calanchi, esas arcillas erosionadas por el tiempo y por el agua que asedian la ciudad, sus lóbregos colores, que contrastan con el dorado del tufo, hacen de Civita un lugar único, crepuscular. Frente al belvedere, unida al mundo por un único y estrecho puente de 300 metros, surge Civita, apoyada dulcemente sobre una cima con su bucle de casas medievales. Los italianos lo llaman il lago che si beve (el lago que se bebe), gracias a las excelentes condiciones de transparencia y de limpieza de sus aguas. Hablamos del lago de Bolsena, el lago volcánico más grande de Europa. De las cinco ciudades que se asoman a sus orillas, nos detendremos en la que da nombre al lago: Bolsena. Sus orígenes se remontan al siglo III a.C., cuando acogió a los habitantes que huyeron de la ciudad etrusca de Velzna. Precisamente de época etrusca es la muralla que la rodea y conserva todavía restos de un anfiteatro romano y algunas necrópolis etruscas. También el medievo dejó sus sedimentos en esta ciudad lacustre. Así, el castillo Monaldeschi y, sobre todo, la célebre colegiata de Santa Cristina que incorpora cuatro iglesias de épocas diversas y que fue sede de un portentoso suceso, que refiere así Avelino José Belenguer: En el año 1264 el Padre Pedro de Praga, Bohemia, dudaba sobre el misterio de la transustanciación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Acudió así en peregrinación a Roma para pedir sobre la tumba de San Pedro la gracia de una fe fuerte. De regreso de Roma, Dios se le manifestó de manera milagrosa ya que cuando celebraba la Santa Misa en Bolsena, en la cripta de Santa Cristina, la Sagrada Hostia sangró llenando el Corporal de la Preciosa Sangre. La noticia del prodigio llegó pronto al Papa Urbano IV, que se encontraba en Orvieto, ciudad cercana a Bolsena. Hizo traer el corporal y, al constatar los hechos, instituyó la Solemnidad del Corpus Christi. Hoy ya no hay milagros, no nos hacen falta. MARTES, 26 DE AGOSTO Nuestra mirada se va acostumbrando a los extraños esbozos de esta tierra apartada, pero no tanto como para no admirar la belleza de Tuscania. Como tantas ciudades de estos pagos, Tuscania se yergue sobre una suave colina de ese material dorado que regalan los volcanes y que ya conocemos de sobra: el tufo. De ascendencia etrusca, se dejó invadir por los romanos y fue Carlo Magno quien la conquistó en el año 774, donándola a la iglesia, que asumió su control. Fue en el siglo XIII, bajo el potente linaje de los Aldobrandeschi, cuando se constituyó en libero comune (ciudad libre). La ciudad sufrió después numerosos asedios que le hicieron perder gran parte de sus bellezas. Pero el golpe de gracia lo sufrió esta ciudad en 1971, cuando un devastador terremoto se llevó por delante palacios, iglesias y notables edificios que durante siglos dieron prestigio a Tuscania. Por fortuna, una cuidada labor de restauración ha devuelto a la ciudad su notorio esplendor. De su valioso patrimonio destacan dos tesoros indiscutibles. El primero es la iglesia de Santa Maria Maggiore, erigida en el siglo VIII, cuyos detalles, en particular el fresco del Juicio Universal, hacen de ella un monumento grandioso. El segundo es la iglesia de San Pietro, uno de los mejores ejemplos de románico lombardo de Italia. Su fachada, profusamente decorada en estilo cosmatesco, rompe con valentía la discreta y elemental arquitectura del conjunto. Quien sueña con arquitecturas ideales alberga alguna vez el anhelo de encontrarlas, sólo es cuestión de abandonar el ensueño y atreverse a dar el salto que nos coloca en el lado conveniente. Nuestro salto nos conducirá por la tarde a un prodigioso pentágono que supera la razón por su osadía y por la inaudita inteligencia de quien lo planteó. El palazzo Farnese de Caprarola es, sin duda, uno de los más deslumbrantes ejemplos de arquitectura renacentista en Europa. Iniciado por Antonio Sangallo, como estructura defensiva, fue en realidad Vignola quien le dotó de su poética armonía. Fue él quien, además, diseñó los admirables frescos de la Sala Reggia y quien proyectó esa obra maestra que es la doble escalera, cuyas rampas divergentes convergen, como un saludo, hacia el acceso más ilustre del palacio. MIÉRCOLES, 27 DE AGOSTO El enigma de los lugares antiguos atrae nuestra fantasía y nos lanza al descubrimiento del dulce espacio de lo ignoto. Pocas cosas hay más bellas que transitar, con la mente despejada y con la mirada atenta, por un pasado fastuoso cuyas huellas permanecen vigorosas y sublimes. Al sur de Viterbo y en paralelo a la costa tirrénica, la colina de Monterozzi cobija la extraordinaria serie de tumbas pintadas, más de doscientas, que hacen de Tarquinia la necrópolis más importante del Mediterráneo, tanto que el afamado arqueólogo italiano, Massimo Pallotino, la definió como el primer capítulo de la historia de la pintura italiana. La tradición de decorar con pinturas los sepulcros de las familias aristocráticas está asimismo documentada en otros centros de Etruria, pero sólo en Tarquinia el fenómeno alcanza la magnitud de lo asombroso. Oportunidad tendremos de admirar algunos de los hipogeos pintados más célebres, como las tumbas de los leones, de los leopardos, de la caza y la pesca, etc. La ciudad de los muertos nunca fue tan bella como en Tarquinia. Llamada Kaisarie por los etruscos, Agylla por los griegos y Caere por los romanos, Cerveteri es un emblema de la grandeza de la civilización etrusca. Dionisio de Halicarnaso la definió como la más próspera y poblada de las ciudades etruscas. Las grandes excavaciones arqueológicas, realizadas fundamentalmente en el siglo XIX, han sacado a la luz una ingente cantidad de monumentos y de objetos, que han suscitado el desconcierto de los estudiosos del arte y que han encontrado acomodo en los más prestigiosos museos del mundo, particularmente en el Louvre y en el romano museo etrusco de Villa Giulia. Como Atenas o Roma, Cerveteri fue una de las grandes metrópolis del Mediterráneo antiguo. La de Banditaccia, con sus mil tumbas a túmulo, da forma a la más grande de las remotas necrópolis de la región mediterránea JUEVES, 28 DE AGOSTO Sin darnos apenas cuenta, describimos un círculo que nos devuelve al inicio. Abandonamos el Lazio para volver a Toscana, comprobando en nuestro trazo redondo lo que otros vislumbraron desde siempre, desde que el ser humano ha sido capaz de percibir la belleza de un paisaje o la gracia inexplicable de las ciudades perfectas. La Italia perfecta se revela con demasiada frecuencia cuando se la recorre con la mente, con la mirada del buen explorador y no sólo con los pies. Es bien fácil encontrarla, sólo basta el buen ánimo y el apetito de saber. Podrían formar parte del catálogo de ciudades invisibles, esas que existen desde siempre pero que son más reales que las otras, las visibles, desde que Italo Calvino las rescató del abandono al que relegamos las cosas más valiosas y nos contó que hay recovecos y pasillos que merece la pena transitar. Dos ciudades invisibles y perfectas aguardan la percepción de un grupito de viajeros, nosotros, picados por la curiosidad y por las ganas de atrapar un momento en el que podemos ser felices: Cortona y Arezzo, nuestros impecables destinos de este jueves de agosto. Sobre una alta colina de la Toscana, a cincuenta millas de Florencia, entre Arezzo y Perugia, surge altiva la noble y antigua ciudad de Cortona. A sus pies, una hermosa llanura; a sus espaldas el perfil de unos montes risueños y amables. Así podría describirla uno de sus más ilustres vástagos, Pietro da Cortona, y cuatro siglos más tarde la descripción es todavía válida. Porque Cortona está siempre allí, en el centro de un triángulo cuyos vértices representan lo mejor de la historia y del arte de la Italia eterna: Arezzo, Siena y Perugia. Su parte más elevada, il Poggio como lo llaman los cortoneses, permite descubrir su lado más pintoresco y, tal vez, más espiritual, por la profusión de iglesias y monasterios que alberga. Más abajo, el centro histórico está repleto de palacios y de huellas medievales, renacentistas y etruscas. ¿Quién no se ha emocionado con La Vita è bella? En la película de Benigni, la vida era verdaderamente bella en ese rincón del mundo donde las bicicletas tenían sentido porque transportaban alegres bípedos a la plaza o al mercado, chirriaban de óxido y temblaban ante la promesa de un adoquinado un tanto molesto pero firme y duradero. Firme, duradera, bella y nada molesta es la ciudad de Arezzo, lugar de huellas fantásticas como las que dejaron etruscos y renacentistas geniales. Giorgio Vasari y Piero della Francesca son dos genios indiscutibles que pasaron buenos ratos en esta ciudad toscana y tendremos ocasión de comprobarlo al andar la Piazza Grande y al contemplar los frescos de la Capilla Bacci en la basílica de San Lorenzo, tal vez la mejor película pintada por un artista demasiado audaz. VIERNES, 29 DE AGOSTO Desde el mismo corazón de la Toscana, Siena, donde habremos pernoctado la noche anterior, el viaje se llena de ondulados trazos al atravesar los valles que conducen a la Velathri etrusca: Volterra. El fondo de un paisaje desdibujado y pálido, como un abismo, como las simas inquietantes que conforman el tejido del panorama que rodea la ciudad, es el impacto que se clava en el ojo cuando se llega a Volterra, la ciudad del viento y de la piedra, como la describió Gabriele D'Annunzio. La suavidad se interrumpe bruscamente al encuentro con las llamadas Balze, las simas que engulleron la necrópolis etrusca y que diseñan el insólito paisaje que descansa a los pies de la colina. En Volterra se encuentra lo que no se busca, la sorpresa de los sitios no evidentes, dudosos, eternamente efímeros, como la sombra del crepúsculo que aquí es inmemorial, etrusca y adelantada a un tiempo que no deja de fluir. Hablamos de una obra de arte, antigua, exquisita y vertical, delgada y sutil como la línea que separa las orillas de un caudal agitado: l'ombra della sera (la sombra de la tarde) es la escultura alargada que nos mira desde siempre y que destaca sobre todas las demás en un museo, el Guarnacci, que recoge desde siglos algunas de las mejores manifestaciones de la cultura etrusca. SÁBADO, 30 DE AGOSTO El inicio del regreso supone dejar atrás la experiencia de los días transcurridos en Italia, el momento en el que queremos ordenar tantas imágenes y fijarlas para siempre en la memoria. Queda, sin embargo, una imagen más que añadir a las que forman la secuencia de este viaje. La imagen de una gran ciudad mediterránea, la imagen de Marsella. Ciudad pirata y tremenda, sus costas de piedra blanca abrazan pequeñas islas, como la de If, en cuyo castillo Edmundo Dantés, el famoso Conde de Montecristo, excavó el muro en la celda para conquistar su libertad. En las orillas blancas de su bahía se desenvuelve la ciudad más sureña de Francia, la ciudad de las antítesis y de las grandes contradicciones, el lugar elegido por muchas civilizaciones para instalarse y crear historia. El Puerto Viejo de Marsella es el ineludible rectángulo apañado en el que convergen todos los destinos desde el que se mira, con curiosidad, su arquitectura más elevada, Nôtre Dame de la Garde, y en cuyos cafés se sirve el pastis, ese aperitivo provenzal que sabe ser buen compañero del alboroto de los días de mercado. A pocos pasos, La Panier, el viejo corazón griego de Marsella, su razón de ser. Y en todas partes, el mar. Concluye así nuestro viaje, en el mar, y apetece recordar las palabras de Roberto Bolaño cuando dice que los viajes son caminos que no llevan a ninguna parte y sin embargo son senderos por los que hay que internarse y perderse para volver a encontrar algo: un libro, un gesto, un objeto perdido, encontrar tal vez un método, con suerte encontrar lo nuevo, lo que siempre ha estado ahí. Sea, pues. |
El artículo y el diseño del viaje
"La Sonrisa Etrusca"
son obra de
EDUARDO CIDRAQUE LORÉN.
"La Sonrisa Etrusca"
son obra de
EDUARDO CIDRAQUE LORÉN.