De inmediato, ese lugar nos atrae. ¿Qué habrá allí? nos preguntamos. Y leemos los nombres de las ciudades: Roma, Venecia, Florencia, Nápoles o Siracusa. Nombres que sugieren mitos, historia de la grande, lugares eternos.
Pero, volviendo a la bota, ésta quedaría coja si no tuviera un tacón rotundo, fuerte, en el que apoyar su parte posterior. Y ese tacón necesario es precisamente Puglia, la región que visitaremos en nuestro séptimo viaje por Italia.
El viaje es un buen antídoto contra la rutina, porque ventila la habitación cerrada que con cierta frecuencia es nuestra mente. A través de él, salimos a lo abierto, y las cosas más bonitas y sencillas adquieren una eficacia, una trascendencia insospechada. La luz, los sonidos, los colores recobran el lugar que les pertenece, para emocionar, para recordarnos que seguimos estando vivos.
Piedra blanca que define las costas de Puglia y las espléndidas catedrales y palacios de sus ciudades.
La costa de Puglia ofrece grandes contrastes: alta y abrupta, pero también baja y con largas playas de arena, totalmente vulnerable, como demuestra la ininterrumpida cadena de torres de avistamiento, ya abandonadas, que en otro tiempo fueron infatigables centinelas de un horizonte frecuentemente amenazado por la llegada de los enemigos.
Pero volviendo a la costa, ésta corre veloz hacia el Salento, salpicada de pequeños promontorios. Alineadas como centinelas, desfilan a lo largo de este largo tramo costero las blancas catedrales asomadas al mar, símbolos de las ciudades que las cobijan y de las que señalan su presencia como si fueran faros
Trani, espléndida ciudad de piedra blanca, salpicada de palacios, con su puerto lleno de autenticidad y su asombrosa catedral que, como un faro, vigila el Adriático.
Por supuesto, Bari, capital de la región, ciudad hermosa unida a Europa pero desde siempre proyectada con empuje hacia el Mediterráneo. La Bari Vecchia es un fascinante dédalo de callejones, plagado de iglesias, entre las que destacan la Basílica de San Nicolás, y su bizantina y oriental catedral de piedra blanca.
Otranto es el centro más oriental de Italia, en cuya catedral se oyen todavía los ecos de las miles de historias que narra su espléndido mosaico. Sus callejuelas y bastiones dan cuerpo a las palabras de Roberto Cotroneo: "Otranto es una estrella colapsada donde está todo el universo, donde está la vida cotidiana y la historia, donde los años no pasan y todo parece compenetrarse, donde es fácil que los fantasmas te hablen por las calles, y donde todos son conscientes de estar en un lugar diferente, donde el tiempo se curva sobre sí mismo, no en una recta, y curvándose, se cierra".
En el interior, el olivo es la verdadera catedral de los campos, sólido y austero como un gran patriarca, nudoso y monumental como una escultura pero, sobre todo, generoso y antiguo como la civilización mediterránea.
En la frontera con Basilicata se extienden las llamadas Murge, yermos barrancos pétreos que se extienden hasta el puerto de Taranto, atravesando un paisaje rico de historia y cultura, lleno de melancolía. Aquí comienza el hábitat rupestre, el de los asentamientos agrícolas construidos excavando en la toba, el de las relaciones imposibles entre gruta y territorio, el del triunfo de las pinturas rupestres en las que se refleja no tanto el eremita, como el hombre y su vida cotidiana. Y si, apenas a pocos kilómetros de distancia, las blancas catedrales de mar y de tierra constituyen la peculiaridad y el signo del hombre y de su territorio, aquí son los muros alzados por la mano humilde del campesino las que atestiguan su presencia, silenciosa y discreta, pero activa y llena de dignidad.
Mas hay un lugar en en este mundo excavado, único e irrepetible, que asombra y adquiere la categoría de milagro. La ciudad rupestre por antonomasia: Matera. Considerada en los años 50 del siglo pasado como «la vergüenza de Italia», por sus miserables condiciones de vida: el analfabetismo era endémico, hombres y mujeres convivían en un único espacio, sin luz eléctrica ni agua corriente. Pero con muchos años de esfuerzo ha sido capaz de proyectar su propio futuro y convertirse en un modelo para el sur de Italia. Los «Sassi de Matera», esa increíble retícula de casas excavadas en la roca, y el conjunto de sus iglesias rupestres fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993.
Esta maravillosa basílica es una etapa obligatoria en las vías de peregrinación, y constituye un punto de referencia imprescindible de la arquitectura medieval, con novedades estructurales provenientes del norte que se mezclan con la tradición bizantina, siendo el prototipo de todos los edificios religiosos construidos en la Tierra de Bari entre los siglos XII y XIII.
No hay acuerdo sobre cuál fue su función, la teoría oficial dice que es un pabellón de caza, ya que al rey le gustaba mucho la cetrería, pero es un castillo enorme para esa función y además no tiene cocina, algo indispensable para ese tipo de construcciones. Castillo defensivo tampoco es, porque ni tiene foso, ni almenas, ni saeteras, ni ningún elemento que sirva para la defensa y no está en ningún sitio estratégico. Algunos estudiosos sostienen que, en realidad, es un observatorio astrológico y matemático, una especie de recorrido iniciático que solo ese rey tan enigmático pudo construir. Un emperador que en su época mereció el sobrenombre de “Estupor del Mundo”.
Un escenario ideal en sintonía con las fastuosas coreografías religiosas y mundanas de la época, como el palacio del seminario, el palacio arzobispal y, por supuesto, la propia catedral. Todo un espectáculo.
Es al autor del texto y
el diseñador del viaje
PUGLIA, EL TACÓN DE ITALIA