Otro escritor, el barcelonés Luis Goytisolo propuso una definición muy acertada de Italia: el fiel de la balanza, por su central posición equilibrando el Mare Nostrum.
Equilibrio, armonía, sosiego y calma definen la esencia de un jardín. Y es a los jardines a los que vamos a mirar en nuevos viajes que están por venir, para encontrar eso que sin saberlo se anhela: una pizca de belleza.
Si de belleza se trata, ¡qué mejor país que Italia!...
La refinada práctica de ornamentar el paisaje, los vergeles, los palacios y las villas, compone una sinfonía inimitable en el fiel de la balanza. En la peculiar geografía itálica son incontables los magníficos jardines que hermosean sus ciudades, sus palacios y campiñas.
Es difícil escoger entre tamaña abundancia, ¡tantos son aquí los oasis de hermosura incomparable!
De entre las infinitas alternativas, hemos distinguido cinco regiones de Italia que, por distintos motivos, nutren nuestro afán de perseguir el encanto. La opulencia y la esplendidez de sus jardines, la noble situación de los espacios, la belleza de las ciudades o el hechizo del paisaje en que se encuentran, son un sobrado aliciente para escogerlos.
Cinco propuestas de viaje que presentamos ahora y que se irán desgranando poco a poco para abrir el apetito de primores y hermosuras.
La Riviera de las flores, en la región de Liguria, fascina con su perfecta mixtura de mar y colores.
Asomada al azul mediterráneo, esta angosta tierra es uno de los más afamados centros florales de Europa.
Las flores, aquí, protagonizan ferias, mercados y carnavales; diseñan veredas y adornan villas barrocas y modernistas. Giardini Hanbury, en Ventimiglia; Giardino Pallanca, en Bordighera; Villa Grock, en Imperia; la fastuosa Villa Palavicini de Pegli, en Génova, o la celebración de San Remo in Fiore, serán algunos hitos de este viaje íntimo y evocador.
A orillas del Lago Maggiore, en el conmovedor Piamonte, florecen, tal vez, los jardines más sorprendentes de Italia. Su hermano menor-el Lago de Orta- añade el estupor de una tradición reconocida por la Unesco por original y única: los llamados Sacri Monti que, en esos lares norteños, adquieren la categoría de obra de arte.
Las Borromeas Isola Madre e Isola Bella, los jardines medievales de Angera o las exuberantes villas de las aristocráticas Stressa y Verbania, son otras de las maravillas que nos depara este viaje. Y siempre, como telón de fondo, los perfiles pétreos de las montañas más altas: Los Alpes. Agua, rocas, suntuosas mansiones, jardines a orillas de lagos, castillos y sacromontes componen el lienzo de este viaje piamontés.
Hablamos ahora de la Italia norteña, tal vez la más hermosa de las Italias, la más conmovedora e inagotable experiencia de arte y de paisaje que se abre a nuestros sentidos, ajena al tiempo, inmune al tropel de visitantes que la inundan con el pretexto de comprender lo inexplicable: su confusa esencia.
No es sencillo atrapar el alma de esta tierra. Hay que disfrutar sin más, porque estamos en el Véneto, una de las regiones más bellas del país, que se exhibe como un lienzo expuesto a nuestra mirada; una pintura que se deja tocar, que exige contacto, roce, pero también inteligencia y sensibilidad para descifrar su recóndita intimidad.
Verona dibuja a las orillas del río Adigio una fiesta de plazas, castillos, vestigios romanos e iglesias románicas. Es una ciudad maravillosa. Desde aquí es fácil el acceso a los jardines del Lago de Garda, al Orto Botanico de Padua, el más antiguo del mundo, a la singular Sirmione, con la Grotta di Catulo asomada al lago o a la medieval villa de Borghetto, donde el sonido del agua de sus numerosos molinos anuncia la cercanía del más extenso jardín de Italia: el Parco Sigurtà.
Y ¿qué decir de Toscana? El viaje que proponemos despide aromas del mejor Renacimiento. Los jardines florentinos dan fe del refinamiento italiano, de la sabiduría hecha de tiempo y de genial intuición, de estudio y dedicación para conseguir lo bello.
Florencia se presenta por sí misma, no admite una descripción lógica, porque se sabe reina indiscutible de la belleza. La ciudad renacentista por antonomasia acoge grandes muestras del jardín all'italiana. Los jardines de Bardini, los de Boboli en el Palacio Pitti o los recoletos vergeles de Fiesole, donde meditó Camus y dejó su existencial pensamiento, son buena prueba de ello.
A poca distancia, la Villa Demidoff, en el Parco Mediceo de Pratolino, la Villa della Petraia, el Museo y el parque Stitbert o la Villa Garzoni en Collodi, entre otras sorpresas, adornarán este viaje que, más que viaje, es un sueño.
Terminamos en el Lazio y en el verde corazón de Italia: Umbria. Este viaje supone un tránsito hacia lugares misteriosos, casi místicos. Viterbo, ciudad donde se celebra una de las manifestaciones florales más espectaculares de Italia -San Pellegrino in fiore- será la base de nuestras pesquisas en pos de la extrañeza, del enigma, de la sublime intimidad. Porque esta franja central de Italia propone bellezas irrebatibles, aunque un tanto ignoradas.
Mujica Laínez describió Bomarzo, con una maestría no superada. A este intrigante jardín se sumarán las cercanas Villa Lante y Villa Farnese, esta última en Caprarola. El medieval pueblo de Vitorchiano con su Parque de Peonias. La Ciudad Ideal de la Scarzzuola, diseñada por el visionario Tomasso Buzzi. Il Giardino dei Tarocchi, inclasificable obra de Niki de Saint Phalle, poblado de esculturas inspiradas en los arcanos del Tarot. Y, como contrapunto, la espectacular Cascata delle Marmore, muy cerca de este jardín y de la bellísima Orvieto.
Sirvan, pues, estas palabras para abrir el apetito por descubrir y sentir lo que siempre ha estado allí, a dos pasos de nuestro cotidiano contexto.