Es una cuestión de edad, como casi todo, pero para mí un tatuaje ha sido siempre un ancla con la leyenda "amor de madre"; una canción de la Piquer; una película de Bigas Luna y, por supuesto, una especie de ticket de compra sobre los brazos de algunos enamorados. Pero puede ser mucho más... Así se lo pareció a Lorenzo Sanz, un fotógrafo caspolino afincado en Cambrils quien, tras acceder a que su hija se hiciese un tatuaje, decidió profundizar en el tema pidiendo al tatuador que le pusiese en contacto con personas tatuadas dispuestas a mostrar sus cuerpos y a contar sus historias. Así fue como, poco a poco, Lorenzo se sumergío en un mar de tattos: religiosos, diabólicos, raciales, familiares... El exhibicionismo, que seguramente acompaña a todos estos lienzos humanos, debió de ayudar a que accedieran a posar y a que el arte del tatuaje se metamorfoseara en el arte de la fotografía en blanco y negro. Para disfrutar de las fotografías de Lorenzo Sanz, quien por cierto es mi amigo desde la infancia como lo es su mujer, podéis pasaros hasta el 28 de noviembre por el Espacio Fotográfico Artymagen de Zaragoza. Situado en la Calle SIMÓN SAINZ DE VARANDA (¡ojo! es Simón no Ramón, si os equivocáis podéis terminar cerca de la Romareda en lugar de cerca del Parque Pignatelli, como corresponde). El horario es de 20 a 21.30 los viernes. Carmen Navales. |
La aguja les marca la piel y el remanso de tinta, al secarse, les tatúa el alma... Pienso en eso después de que Lorenzo, me muestre y explique, una por una, todas las fotografías que conforman su última exposición. He tenido la suerte de apreciar y admirar otros de sus trabajos y, personalmente, "El alma tatuada", me parece el más ambicioso. En ésta ocasión, el ojo escapa de los planos abiertos y los fondos despejados, se aleja de la diversidad global para centrarse en la pluralidad que reside en cada individuo. No ha salido al encuentro del disparo, lo ha cocinado en su estudio, ha creado la atmósfera idónea para cada captura. En éste tiempo pixelado, en el que la tecnología pretende, a veces, prescindir de la genialidad, el fotógrafo nos recuerda que nada ha cambiado, que la esencia sigue estando en la luz. Anónimos y anónimas, se entregan al objetivo del artista sin más vestiduras que el alma tatuada. Igual que las miradas, los tatuajes esconden una dimensión que va más allá de lo visible, detrás de cada dibujo hayamos un residuo vital y, lo más importante, un porqué. Cada milímetro cuadrado de piel impresa, como las fotos de Lorenzo, ofrecen mucho más de lo que enseñan. Historias propias y de otros, nombres, fechas, sucesos, metáforas, fantasías y realidades en constante movimiento, arte, en ocasiones oculto, cazado por un destello como complemento para un retrato. JORDI LEDESMA |